El deseo de ver a los hijos felices y que triunfen en la vida nos ha llevado a los padres a darles todo lo que se les antojo (y lo que no también), entre otras, para compensar nuestro limitado tiempo con ellos. Esto ha dado lugar a que los niñós asuman que tienen derecho a todo y a que nosotros creamos que es nuestra obligación dárselo. Urge aclarar qué les debemos y qué no. No es nuestro deber prestarles atención inmediata y constante cada vez que nos requieren, ni consultarles todos nuestros planes, ni hacer su parecer en todo lo que propongamos hacer como familia. Tampoco es nuestra obligación comprarles ropa de marca y toda la que quieran, ni prepararles comida a la carta, ni ayudarlos a hacer sus deberes escolares ni darles un premio por sus buenos resultados académicos. Menos aún lo es ofrecerles transporte personal a la hora y en el momento en que lo quieran, ni inscribirlos en todos los deportes que les interesen, ni llevarlos a todas las fiestas que los inviten, ni comprarles todo lo que tengan los demás. Y mucho menos pagarles todos los paseos que se inventen, ni mandarlos de viaje todas las vacaciones. Por supuesto que tampoco estamos obligados a premiarlos con un carro nuevo o con un viaje por el mundo porque se graduaron del colegio. Y, aunque parezca increíble, no es obligación de los padres pagarle los estudios universitarios a los hijos, sobre todo cuando han demostrado que no aprovecharán nuestros esfuerzos. Mucho menos lo es regalarles la cuota inicial de un apartamento para que se emancipen, ni darles el dinero que necesiten para amoblarlo. Otorgarles cualquiera de los anteriores privilegios son gestos generosos de parte nuestra, y para que los hijos los agradezcan debemos darles muy pocos. La mayoría de lo que les debemos a los hijos, por fortuna, no vale un peso pero sí mucho esfuerzo. Es nuestra obligación, entre otras, darles el afecto, respeto y estímulo que precisan para sentirse valiosos y capaces de triunfar en la vida. Establecerles una disciplina firme y consistente que les permita desarrollar la fuerza de voluntad que necesitan para poder autocontrolarse y convertirse en hombres de bien. Decirles NO a todo lo que sea excesivo o pueda ser peligroso, así todos los demás padres digan sí. Inculcarles sólidos valores éticos y morales a través de un ejemplo claro y consistente de lo que es correcto hacer. Y amarlos tanto como para darles muy poco, porque sólo así podrán comprender que a este mundo no vinieron a exigirlo todo sino a a aportar lo mejor de ellos. Escrito por Ángela Marulanda. http://www.angelamarulanda.com/ . Enviado por Raquel Casanova
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